Lo que necesitamos hoy es restaurar la confianza, garantizar la seguridad y crear un clima político estable. Si logramos construir un consenso nacional sólido, con el apoyo de la comunidad internacional, para restablecer las condiciones de seguridad, organizar elecciones creíbles y restaurar una gobernanza legítima y eficaz, podemos volver a colocar al país en la senda de la estabilidad y el desarrollo.
Haití atraviesa hoy uno de los períodos más difíciles de su historia reciente. Pero sigo convencido de que, a pesar de las pruebas, nuestro pueblo posee la resiliencia, la inteligencia y la capacidad de levantarse. No tenemos derecho a ceder al desaliento ni a resignarnos al fracaso. El verdadero desafío hoy es colocar el interés nacional por encima de las ambiciones personales, recrear la confianza entre las instituciones y los ciudadanos, y devolver la esperanza a una juventud en busca de futuro.
7. Finalmente, ¿tiene un mensaje para los haitianos que están en Haití y para aquellos que viven en la diáspora?
Mis largos años de servicio en el sector público me han permitido tejer lazos de cercanía y gozar de la confianza de numerosos compatriotas, ya pertenezcan al mundo político, al sector privado o a la sociedad civil. Regularmente me solicitan intercambiar sobre la situación general del país y sobre las disposiciones a tomar para acabar con esta crisis. Mi mensaje es siempre el mismo: un llamado a la responsabilidad ciudadana, a la unidad de los hijos e hijas de la patria común y a una toma de conciencia colectiva, únicas capaces de afrontar el desafío de la transformación de Ha ití, en un país democrático, estable, prospero, competitivo y solidario.
A quienes viven en Haití, les digo que es urgente reavivar la fe en nuestras instituciones y restaurar la confianza entre gobernantes y gobernados. El país no podrá avanzar si cada uno sigue privilegiando sus intereses personales o de clan. La reconciliación nacional, el respeto de las reglas democráticas y un compromiso ciudadano renovado son las condiciones indispensables para reconstruir el Estado y garantizar la seguridad, la justicia y el bienestar de todos.
A nuestros compatriotas de la diáspora, quiero recordarles que su papel va mucho más allá del valioso apoyo financiero que brindan a sus familias. Representan un activo mayor para la nación: han adquirido un saber hacer, una experiencia y redes en varios ámbitos. Hoy más que nunca, Haití necesita su participación activa en la elaboración de una visión nacional de desarrollo, en la modernización de nuestras instituciones, en el fortalecimiento de nuestra economía y en la transmisión de sus competencias a las generaciones más jóvenes.
Finalmente, a todos los haitianos, lo repito: ninguna ayuda exterior, por necesaria que sea, podrá sustituir nuestra voluntad colectiva de cambio. La historia nos muestra que cada vez que hemos sabido unirnos, hemos logrado grandes cosas.
Haití no renacerá por milagro. Renacerá por nuestro valor al mirar la verdad de frente, por nuestra determinación a superar nuestras divisiones y por nuestro compromiso de construir, piedra por piedra, un Estado digno de su pueblo. No tenemos derecho a legar a las futuras generaciones un país en ruinas y sin esperanza. Juntos —haitianos del interior y de la diáspora—
hagamos de nuestra historia de luchas y sacrificios, no un fardo, sino una fuente de inspiración para construir, por fin, el Haití que merecemos.